Como amante del fútbol que soy cuando quiero disfrutar plenamente de este deporte procuro no ver un partido de mi equipo (ni de la Liga española) porque en este caso no soy parcial. Quiero que gane el Real Madrid por lo civil o lo criminal, aunque siempre prefiera la primera opción, claro está. Si además de ver ganar a los míos si estos hacen honor al deporte rey entonces el gozo es completo. Luego están las ocasiones en las que se pierde un partido pero sacas pecho orgulloso de tu equipo porque lo ha dado todo, ya se entregándose con más o menos fútbol o porque ha hecho un homenaje a este invento inglés, como fuese aquel 4-3 de Old Trafford con el ‘hat-trick’ de Ronaldo. Dulce derrota, podría decirse (también porque el resultado nos valía para clasificarnos a semifinales, todo sea dicho).
Luego están las ocasiones en las que tienes que agachar las orejas sí o sí, por el resultado y la imagen que han dado sobre el terreno de juego. Es el caso concreto de lo sucedido el miércoles pasado en la tercera jornada de la fase de grupos de la presente Champions League entre el Real Madrid y el Milán. El conjunto italiano es un equipo de grandes nombres venidos a menos ya sea por la edad o por les excesos de la noche. El caso es que a día de hoy los ‘rossoneros’ son una caricatura de aquella imponente ‘squadra’ que no hace mucho tiempo se plantaba en las rondas finales de la competición continental con una facilidad asombrosa, disputando diversas finales con distinto resultado. Pero siempre estaba ahí, era el coco a evitar. Con esta carta de presentación actual y tras el millonario e ilusionante proyecto iniciado por el Real Madrid previamente se podría pensar que el clásico europeo tendría un claro color blanco, siempre y cuando no se menospreciase al rival.
Comienza el partido y todos los pronósticos se confirman. El Milán hoy en día es un equipo que sería campeonísimo en los torneos de veteranos, no así en el máximo nivel profesional donde se le podría situar en un segundo escalón (no le bajemos al tercero por el nombre de la institución y de algunos de sus jugadores). Pero por suerte en frente tenía a un equipo, el Real Madrid, dispuesto a hacer una obra de caridad con la tercera edad alegrándoles la noche. Jornada de desidia y despropósito a la que se unió sorprendentemente el mejor portero del mundo.
El aficionado madridista que vagaba por las calles cercanas al Bernabéu a partir de las 22:30, tras el pitido final del encuentro, se encontraba sumido en un profundo cabreo. No comprendía que había pasado. Se olía una goleada ante un rival con nombre que podría servir para presentar credenciales ante Europa 5 años después y nos volvemos con una derrota que invita a la profunda reflexión sobre que nos espera esta temporada y como se están haciendo las cosas. El mismo aficionado que se dirigía a su domicilio en una oscura y lluviosa noche se preguntaba como era posible que de 11 jugadores en el campo sólo uno, el de siempre, al que incomprensiblemente quieren jubilar, ha dado la cara. Alguna otra excepción intentaba salvar los muebles en medio de un esquema de juego que no comprende (este será tema de otra entrada) o saltaba desde el banquillo para intentar dar algo de velocidad y esperanza en el campo tras el 1-2.
Es tiempo análisis y diagnósticos para trabajar en la cura. Las circunstancias así lo permiten. Estamos en el mes de octubre, con buena puntuación en Champions y Liga y con una eliminatoria de Copa ‘a priori’ asequible (borremos fantasmas irundarras). Lo importante es no mirar hacia otro lado y asumir cada unos sus errores para así poder subsanarlos y no permitir que un simple catarro que se cura con un par de días en cama se convierta en una fuerte pulmonía que nos ingrese en el hospital.
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