jueves, 15 de marzo de 2012

El deporte rey

Hoy toca corta y pega. Os acerco un capítulo del libro "El deporte rey", el cual se encuentra descatalogado en nuestro país y está escrito por Desmond Morris. El escritor en cuestión es etólogo y zoológo. Esta circunstancia hace atractivo este artículo, ya que lo narra una persona alejada de la vorágine futbolística y del perfil periodístico e incluso literario. Es un simple observador que cuenta lo que ve con un vocabulario particular, propio de su persona y profesión.
Observar las calles de acceso a un gran estadio el día en que se celebra un encuentro de campeonato es como ver a un ejército medieval que se reúne para el combate. Densas columnas de figuras en movimiento, llamativamente vestidas y cargadas con banderas y estandartes, convergen sobre el imponente campo cantando y tarareando, pronunciando los nombres de sus tribus y héroes, tocando tambores, haciendo sonar bocinas y batiendo palmas según los ritmos rituales. Se trata de los seguidores tribales, los cuales, en lo que respecta a la emoción del juego, se han vuelto tan importantes como los jugadores. Sin e l ambiente que crean, su apasionada lealtad, y sus intensos anhelos, todo el mundo del deporte se derrumbaría no solo por motivos financieros sino porque su espíritu dejaría de existir, al igual que su agonía y su alegría, propias de la tribu.

¿Quiénes son éstos devotos seguidores y de dónde provienen los millones de seres que, durante la larga temporada, se congregan todas las semanas para asistir a los partidos de fútbol? En su inmensa mayoría son urbanos, hijos de la Revolución Industrial. Pasan la semana en las fábricas y los despachos, en las tiendas y las calles del tumultuoso mundo urbano del siglo XX. Su trabajo carece de un clímax intenso y a menudo es monótonamente repetitivo, de modo que cuando se aproxima el día del encuentro esperan impacientemente las cumbres de alta tensión y dramatismo emocional que el juego producirá, interrumpiendo su rutina cotidiana de siempre con agitados instantes de una exaltación casi insoportable.

Todo seguidor está lo bastante interesado por los detalles técnicos del deporte para ver los partidos por televisión y, en ocasiones especiales, apoyar al equipo nacional, pero su corazón siempre pertenecerá a un conjunto determinado: la lealtad tribal a su club local trasciende cualquier otra consideración. Aunque su equipo atraviese un mal momento y sufra una serie de derrotas, la lealtad del seguidor auténtico sigue siendo inquebrantable. Es posible que gima y se queje, pero no lo abandona. Sabe que, por muy brillante que sea, ningún equipo puede ganar todos los partidos, y espera los buenos tiempos que indudablemente llegarán.

Los seguidores más fanáticos poseen un conocimiento casi enciclopédico de las estadísticas se su club y parecen disfrutar de una memoria fotográfica para centenares de incidentes tribales. Recitan los nombres de los jugadores como si de una letanía se tratara. Rememoran con todo lujo de detalles los resultados de los encuentros y los goles. Sus cerebros archivan las alineaciones del equipo, el número de fueras de juego y los penalties señalados, las tarjetas amarillas que acumulan los jugadores, los cambios en la tabla de la clasificación de la Liga , la relación de máximos goleadores, y otro similar de datos y cifras. Si existieran cursos universitarios sobre estos temas, todos serían alumnos brillantes. Si en lugar de al estadio fueran a la iglesia, todos podrían recitar la Biblia de memoria.

Cuando el día del encuentro entran al estadio, se dividen aproximadamente en dos grupos: los Viejos Aficionados y los Jóvenes Aficionados. Los viejos ocupan los sectores con asientos mientras que los jóvenes permanecen de pie en las gradas. Hay excepciones, pero esta es la regla general. A primera vista, parecen una masa amorfa, un gran mar de cabezas que se estiran para presenciar la acción y seguirla segundo a segundo, casi como si se hubieran convertido en células unidas de un mismo organismo gigante. A partir de un análisis más profundo es posible distinguir una serie de categorías distintas: determinados tipos de seguidor presentes una y otra vez en cada reunión tribal. Aquí ofrezco una breve lista de algunos de los tipos más interesantes:


-Los Viejos Aficionados-

1. Los incondicionales:
Se trata de los seguidores que han consagrado su vida al club. Para ellos, el equipo nunca se equivoca. Su lema es “Nuestro equipo nunca pierde, sino que a veces se le acaba el tiempo”. El resultado insatisfactorio siempre se debe a un arbitraje injusto, a la conducta brutal del equipo adversario o a una racha de mala suerte. Se enfurecen con todo aquel que sugiere que el equipo no jugó bien, y jamás insultan a gritos a sus jugadores, ni siquiera bajo la provocación más extrema. Su pasión es absoluta y devoradora.

2. Los expertos:
Se trata de los individuos que saben más sobre el equipo que el mismo director técnico, y que le explicarían todo si él estuviera dispuesto a escuchar. Analizan cada movimiento y siempre son muy críticos ante la composición del equipo, la compra y venta de jugadores y la alineación. Desde su lugar en la tribuna, mantienen a sus sufridos vecinos plenamente informados de la complejidad de cada incidente, y a veces se concentran tanto en sus comentarios que se pierden un gol fundamental. Son expertos en disculparse por sus predicciones erróneas y siempre se muestran sabihondos después del partido.

3. Los chistosos:
Se trata de los seguidores que han desarrollado un repertorio de comentarios cáusticos y divertidos que vociferan a los cuatro vientos cada vez que se produce una interrupción del juego. Sus comentarios son casi siempre insultos exasperados. Si el árbitro no pita una falta, el chistoso grita: “No le dejaron traer el perro guía al terreno de juego”. Si un jugador del equipo contrario cae con una pierna lesionada, chilla: “Matan a los caballos, pero no te preocupes que a los burros no los sacrifican”. Si el árbitro concede un penalti a los adversarios, grita: “Cuando te hicieron la circuncisión te cortaron lo que no correspondía”. Si un jugador no se esfuerza, brama: “Eres más inútil que una tetera de chocolate”.

4. Los abucheadores:
Al igual que los bromistas se trata de personas que gritan a todo pulmón, pero sus comentarios son más coléricos que humorísticos. En general se limitan a lanzar insultos simples como “no servís para nada” o “sois un atajo de maricones”. Estos comentarios van dirigidos a su propio equipo cuando el desarrollo del juego no es favorable y aflige a los incondicionales, que a veces se vuelven contra ellos y les piden que se callen. Cuando las cosas van bien guardan silencio, y son muy raras las veces en que lanza un grito de entusiasmo en los momentos de triunfo. Parecen ir al partido para descargar su bilis. Cuando los comentarios va dirigidos a los adversarios generalmente usan expresiones como “animales, volved al zoo”. Para el abucheador, el partido significa un tipo especial de terapia.

5. Los mártires:
El mártir nunca grita. Gime para sus adentros y menea pesarosamente la cabeza. Sabía que las cosas irían mal incluso antes de que comenzara el partido, y sufre en todo momento. Disfruta tanto con su martirio que si las cosas van bien es propenso a quejarse del único jugador que no da la talla o a hacer sombrías predicciones en el sentido de que la bonanza “no durará”. Teme que el equipo pierda y teme aún más la amenaza del descenso. Dice que no entiende por qué asiste a encuentros que le producen tanto dolor, pero siempre va en búsqueda de más sufrimiento.

6. Los excéntricos:
Cada club cuenta con sus personajes extraordinarios que regularmente se visten de manera estrafalaria, llevan alimentos raros o se retiran llamativamente antes de que concluya el partido, hablando entre sí. Viven en un mundo propio pero parecen necesitar la compañía de una multitud a fin de poner de relieve ante sí mismos la diferencia que hay entre ellos y el público. Nadie conoce su verdadera opinión sobre el juego y no hacen el menor caso a las de los demás.

7. Los forasteros:
Casi todos los que están en la tribuna son habituales y saben de qué va la cosa, pero a veces algunos forasteros se abren paso hasta allí y al momento destacan por su falta de comprensión de los rituales tribales. Pueden ser extranjeros o gentes que visitan la ciudad, y llaman la atención por su modo de vestir y sus reacciones ante los acontecimientos que tienen lugar en el terreno de juego. Si se entusiasman lo suficiente para gritar, en el acto se nota que sus comentarios carecen del deje tribal y los habituales intercambian miradas de complicidad.


-Los Jóvenes Aficionados-

1. Los críos:
El grupo más nutrido de jóvenes aficionados está compuesto por los hinchas (el ejército de fanáticos llamativamente vestido, que canta, bate palmas y se concentra en los graderíos), pero alrededor de ellos hay otros aficionados jóvenes que todavía no se han integrado plenamente a sus filas. Los más jóvenes son los críos, chicos que apenas tienen edad suficiente para asistir solos a los encuentros. Ocupan los límites de la concentración de hinchas y a menudo están en rincones, asomados por encima de muros de poca altura o con la cara encajada entre las verjas de la barrera. Rondan el túnel de los jugadores e intentan ver de cerca a sus ídolos y, si tienen suerte, tocarlos con la mano estirada. Son los más móviles de los aficionados jóvenes; a menudo corren de un lugar estratégico a otro y esperan impacientes con un libro de autógrafos junto a la entrada de los jugadores con la esperanza de obtener la firma de una estrella para llevarla a casa y mostrársela a los amigos.

2. Los novicios:
En la jerarquía de los aficionados jóvenes, el escalón siguiente lo ocupan los novicios. Apenas mayores que los críos, se apiñan en los límites inmediatos del principal conjunto de fanáticos, pero todavía son demasiado jóvenes para formar parte de las cerradas filas de seguidores del club. Sin embargo, no corretean juguetonamente sino que observan con atención la actividad de los forofos de más edad y aprenden sus cánticos tribales y sus rituales de palmas. En cada terreno de juego suelen situarse en un sector determinado de las gradas, delante o a un costado del cuerpo principal de hinchas.

3. Los forofos:
Se puede identificar de diversas maneras a los auténticos forofos. Su ropa siempre está adornada con los colores del equipo. Se reúnen a las puertas del campo mucho antes de que comience el partido para entrar juntos y ocupar su posición especial, apiñados en un determinado sector de los graderíos. Es su territorio sagrado y pobre del extraño que se atreva a invadirlo. Ocupan la grada de detrás de una de las porterías que gracias a la tradición consagrada ha llegado a conocerse como “el gol de casa”. La policía se ocupa de mantener al público visitante lejos de éste sector, porque si en él se divisan colores extraños estallaría la violencia y los invasores serían transladados por la fuerza hasta otro sector del estadio.

4. Los cabecillas:
Dentro del grupo general de fanáticos existen varias categorías específicas. Aunque al ejército de forofos no se le impone una organización externa, existe cierto grado de organización interna. Algunos individuos desempeñan el papel de cabecillas espontáneos. Hay gerifaltes agresivos que asumen el mando cuando se desata la violencia. Otros son organizadores de viajes y se ocupan de contratar autocares, fijar lugares de reunión y otros detalles del transporte.

5. Los gamberros:
En el conjunto de forofos siempre hay muchos aficionados dispuestos a defender el honor de su club contra los rivales. En la mayoría de los casos, ello equivale a amenazas rituales que acaban por bordear la pelea real. Pueden insultar y emprender furiosas carreras para ahuyentar a los rivales que se encuentran cerca de su territorio sagrado, pero rara vez llegan a las manos. Al ser especialmente aparatosos en sus despliegues agresivos parecen más peligrosos de lo que en realidad son.

6. Los duros:
Se trata de una categoría especial de aficionados un poco mayores que se distinguen de los demás por la ausencia absoluta de los colores del club. Llevan pantalón y camiseta lisos porque consideran que han superado esas manifestaciones y que todos los demás les conocen por su reputación personal. Suelen agruparse y son los más propensos a llevar sus agresivos rituales al campo de una pelea real cuando surgen problemas. Son los hombres recios de las gradas y los más temidos por los aficionados rivales. De todos modos, planifican minuciosamente su estrategia y en modo alguno están desquiciados. Los aficionados corrientes los miran como a miembros dominantes del grupo principal.

7. Los chiflados:
Todo club cuenta con unos pocos hombres desenfrenados. Reciben diversos nombres como “rompecascos” o “chiflados”. Los demás aficionados no los quieren, ya que si surgen problemas pierden el control y cometen graves actos de violencia física. A veces llevan armas ocultas y esto puede acarrear cacheos por parte de los servicios de vigilancia en partidos especialmente delicados en los que se enfrentan rivales tradicionales. También desencadenan una enérgica acción policial lo cual molesta al conjunto general de los aficionados. Llegan a las gradas prácticamente ebrios y eso molesta a algunos seguidores porque la conducta desordenada suele desbaratar los rituales sincronizados de cantos y palmas, aunque hay otros que les consideran una entretenida función secundaria.

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