Tras un duro fin de semana en cuanto a madridismo se refiere, una frase que leí a un conocido explicaba a la perfección mi estado moral hasta el martes por la mañana “…como cuando un bebé se queda dormido plácidamente después de berrear”, decía más o menos. El plomo se apoderó de mis pies fijándome bien al suelo por el que levitaba el viernes noche y sábado por la mañana.
Antes de acceder a mi localidad en el Palacio de los Deportes para el Derbi del domingo, compartía impresiones con un amigo entre cerveza y cerveza, cubata y cubata. Más allá del análisis futbolístico mostrábamos nuestro padecer, más que parecer, de los distintos resultados. La conclusión es la que he expresado aquí muchas veces ¿realmente merece la pena sentir así esto?
Buscas en lo más profundo de la razón y es ciertamente complicado darle una explicación lógica y razonada. Supongo que a muchos de los que leéis esto os habrá costado alguna vez explicar a otra persona que nos miran como “locos” lo que sentimos, como lo vivimos, el por qué de ciertos rituales, alegrías o decepciones.
Tras un lunes evitando por todos los medios la prensa, rehuyendo de las tertulias deportivas y acordándote de la familia del graciosillo de turno que nunca te habla hasta que pierde el Madrid, llega el martes por la tarde, 48 horas después de la segunda estocada, 72 de la primera, y te das cuenta que el ‘gusanillo’ vuelve a fluir en tu interior, la cabeza empieza a divagar y te entran unas ganas terribles del partido de vuelta en el Nou Camp. Incluso de que el bombo de la Copa me dé una alegría y nos los crucemos cuanto antes.
Algunos lo llamarán masoquismo. Yo lo veo como una condición sine qua non del madridista. Incluso del español si se me apura. En los 80 tomé conciencia del mundo y del Real Madrid y esa sangre combativa que veía en el campo y en la grada sigue latente en mis venas. Aún recuerdo cuando una persona muy allegada a mí, cuando yo no levantaba dos palmos del suelo, jugaba conmigo a las peleas, me inmovilizaba y me preguntaba “¿te rindes?”. La primera vez dije que sí. Sólo una. No volví a repetirlo. Me enseñó una frase que no olvidaré y que ha formado parte de mi carácter recordándola día a día ante distintas situaciones adversas: “¡NUNCA JAMÁS!”.
No entendería un Real Madrid acomplejado, rendido, con la rodilla clavada en el suelo. Me niego. Ese no sería mi equipo. No tendría sentido. Es más, me gustaría estar presente en la ciudad Condal, en el Orinal de Las Cortes, para sufrirlo en vivo y en directo. Sentir el sabor de la victoria en territorio enemigo tiene que ser un plato exquisito de paladear. No sé si será posible mi presencia por aquellas, pero intentarlo lo intentaré.
Ganar o no es otro cantar. Pero avanzada la semana, con certeza sé que compadezco a quien no vive así este mundo o en este mundo. En ciertas ocasiones la irracionalidad, si no se acompaña de bajas pasiones, conduce a la locura. Y como dijo aquel protestante de tierras “infieles”, la locura merece un elogio.
¡HALA MADRID!
1 comentario:
para colmo olvidas q ese mismo dia los del balón gordo fueron humillados en el derby contra un equipo muy inferior gracias a la tremenda dejadez de los que visten nuestra camiseta.
un poco de critica cuando toca q de eso andamos cortos ultimamente.
por mucho que te avale una racha positiva ciertos dias señalados en rojo hay que dar la talla sin excusas o seremos un atleti más.
saludos
Publicar un comentario